domingo, 30 de octubre de 2011

Algún día sabremos cuando hay que parar.

 Estoy sentada en el sillón mirando por la ventana, envuelta en mantas para protegerme del frío. Sobre mis piernas, reposa mi ordenador portátil, con la fotografía que debo retocar para clase en pantalla. La niebla baja. Cubre las aceras hasta los tobillos de los transeúntes que caminaban rápidamente, con prisas por llegar quizás, a ningún sitio. Un pensamiento se cuela en mi mente… ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué correr hacia nuestro destino cuando podemos ir tranquilamente hacia él, disfrutando de lo que nos rodea y, sobre todo, disfrutando de la vida? Y es que no entiendo las prisas. Las personas, nos perdemos muchas cosas por nuestra impaciencia. Hay cosas que tenemos delante de las narices y que no vemos porque para nosotros lo más importante es llegar ¿A dónde? Qué más da, no se sabe, pero hay que llegar. ¿Qué será de nosotros una vez lleguemos? Es un misterio. ¿Qué haremos después, cuál será nuestra meta? Ninguna, ya estará todo hecho. Por eso, creo que lo mejor es tomarse las cosas con calma, observar lo que te rodea y tomar ejemplo de los errores que cometemos. Reír, llorar, ser feliz, pero saber lo que es la tristeza, estar en compañía sin sentir la soledad, disfrutar lo que se tiene, querer lo que se desea y añorar aquello que apreciamos y ya no está. La vida es un cúmulo de emociones y lo mejor que se puede hacer es sentirlas todas, hasta las negativas, para apreciar mejor todo lo bueno que nos rodea.

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